viernes, 17 de septiembre de 2010
jueves, 2 de septiembre de 2010
1.- SHANE
A una hora temprana; la hora de los mañaneros como le gustaba evocar, a esa hora donde se escuchan los secretos al amanecer, a esa hora en que una fina bruma despierta el valle espejeando la corriente de agua río abajo, sus pasos se detuvieron en ese linde donde comenzada la ancha curva marcada por el río antes de enfilar la recta que desembocaba en la gran urbe herida por mil canales.
De pie, en ese pequeño montículo bajo el cual discurría el Piave, contemplaba la calma y la hermosa campiña regada de Torcello. Colmado en tanta belleza, no tuvo respuesta al porque ni del como le llegó en ese preciso momento el flas de una anécdota de su primera juventud, cuando la edad infantil pierde su nombre. Quizás fuera por las raíces que alfombraban sus pies en esos instantes de contemplación. Quizás esas raíces le trajeron sus, digamos, raíces profundas o su profundo pensamiento en estos momentos de felicidad a sus pies y la bonanza del horizonte a esta temprana hora.
El murmullo del río deslizándose entre los guijarros, le recordó la primera vez, que él recuerde, el primer beso que dio a aquella jovencita., compañera de clase, cuando la edad no llegaba a la quincena. Mirando el arrastre de pequeños troncos sobre el río, el gracioso sonido que provocaba el agua del río entrechocando con las rocas, recordó ese momento, como un flas, como el mismo sonido que provoca el río al encontrarse un parapeto de piedra en su huída. Ahora, más que nunca, está convencido que sus compañeros de clase le engañaron, como le engañan hoy día, a pesar de los años, ciertas personas a quien entregó su amistad y hasta su amor. Le embrollaron diciéndole que era una chica fácil y que se dejaba, que le iba la marcha por decirlo o escribirlo deprisa. Aquella tarde, hace ya muchos años, recuerda mirando el horizonte donde, siguiendo el sendero bordeando el río, le llevaría a enlazar con Murano y Burano, invitó a Olga, así se llamaba la jovencita, al cine Horta. Un cine que ya no existe y en su lugar, como la vieja canción, han puesto un parking, aunque si existe, claro es, la barriada de Horta. En verdad la vieja canción dice: “…y han puesto en su lugar, abajo un café bar y arriba una pensión::”
Al salir del cine, al final de la calle con nombre de río, en la falda de la montaña en forma de turó, como el río que suena frente a él, murmullo al oído de Olga si la podía besar. Antes de oír su respuesta él la besó en la boca, a esa edad, recuerda ahora, la beso con furia, sin traza, sin saber que era un beso o a que sabía sus labios. La recompensa o el premio que recibió fue una sonora bofetada de sus cinco dedos, los cinco dedos de la mano derecha de Olga. Quizás haya sido el chasquido de esa raíz arrastrada por el agua que provocó saliera a flote esa raíz profunda de su pensamiento. A decir verdad, esas profundas raíces o raíces profundas, en este bello paisaje que contempla o en otras panorámicas no tan bellas por describir, le encantaría que salieran a la luz como escuchando secretos al amanecer entre tú y yo, lectora y lector.
Se tocó la mejilla, como si sintiera en este recuerdo al calor que dejó la marcada mano de Olga en su piel. Sonrío. Cerró los ojos y volvió a sonreír. Paso a paso iba dejando el meandro que dibujaba el río, enfilando la recta, bordeando el Piave. En esa larga recta, como paisaje tizianesco, -si se me permite la expresión, no en vano Tiziano nació en esta región de Véneto- cuando el color del sol de poniente se filtra entre las agujas de pino y el brillo del agua del río, la escena de tarde se dibuja en mil colores destacando el color cobre que recogen las rocas como pendientes colgantes bajo esa hora baja del sol, falleciendo su luz.
Dejando el pequeño remanso del río, al final de una larga recta, paralela al Piave, la torre, menos bella que la de Pisa pero igualmente inclinada de Burano, un pueblo de mil colores, indicaba la proximidad de mi ciudad. No; me engaño. Mi ciudad es Paris y Venecia, la ciudad sin luz donde no me importaba perderme en sus tantos canales y sus puentes, unos, agazapándote para deslizarte bajo ellos y otros, altos como San Marcos para el balanceo de la pequeña embarcación. Observar desde el Puente de los Suspiros, en esos días otoñales como la crecida del canal inundaba la misma plaza, oyendo el graznido impotente de las palomas colgadas sobre los viejos cables sin poder aterrizar en la laguna formada sobre el cemento.
El pequeño sendero, dejada la larga recta, volvía a esconderse entre malezas y pinos desembocando de nuevo a pie del río. El sonido, como un gran chasquido, de la esclusa, acompañó un nuevo recuerdo, otra raíz profunda. Un recuerdo de un 23 de Abril. Un día inolvidable en cualquier año. Ese día, el irlandés me firmó un libro, no recuerdo el año. Abandono el ordenador y, dirigiéndome al estante donde descansa el libro “Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca” observo releo la dedicatoria y, naturalmente el año, 1.998. Rememoro la pregunta que le hice: “Para cuando una biografía de Ernest”. Su respuesta, hoy día me sigue, no molestando, pero sí sin comprender su respuesta. Su respuesta: “Hemingway no se presta para biografiarle, porque es muy macho ¿no? Muy duro, rudo y macho”. Esta fue su respuesta.
No fue el rebrote del agua liberándose de la esclusa la causa del recuerdo descrito, fue el alboroto de unos patos salvajes alzando el vuelo tras los disparos de unos cazadores furtivos o no agazapados entre las pequeñas isletas de juncos que ellos mismos prefabricaban como señuelo para atraer a los ánades libres y salvajes. Así recordé esa profunda raíz en la vida de Ernest Hemingway y su juventud tan enciclopédica.
Enlazar Shane de tiempo vivido me hace escribir estos recuerdos y otros que, posiblemente llegaran sin prisas en estos secretos al amanecer. Como Shane, soy ese desconocido por conocer. Shane es una película basada en luna novela de Back Schaefer y, como el buen vino, no pasa el tiempo en ella, donde se revela la humanidad, la honradez y los valores de fe de un pistolero, desconocido, ante las injusticias que sufren los granjeros ante el cacique de turno. La película tuve seis nominaciones para los oscares. En aquel año, 1953, se llevó una estatuilla a la mejor fotografía.
Alan Ladd, interpretó al pistolero desconocido y Jack Palance, como en su mayoría de interpretaciones secundarias, representó al malo. Treinta y dos años después de “Raíces profundas”, así se tradujo en este país “Shane” el duro de Clint Eastwood se inspiró en Shane para el rodaje de “El jinete pálido”.
Sin Shane, llegarán otras raíces profundas en este mundo de demonios y carne.
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